El pasado 2 de febrero diversos medios de comunicación se hacían eco de un artículo publicado en The Lancet que ponía de manifiesto algo que no es nuevo pero que demasiado frecuentemente pasa desapercibido: la pobreza acorta la vida casi tanto como el sedentarismo y mucho más que la obesidad, la hipertensión y el consumo excesivo de alcohol.
Que la pobreza trae consigo demasiadas papeletas para desarrollarse con dificultades en la sociedad es algo que es bien sabido. Pensemos en nuestros compañeros de clase en primaria o en secundaria. Generalmente, ¿quiénes eran los alumnos más aventajados? ¿y los que se solían quedar atrás? Esta diferenciación es algo que a nivel de salud a menudo no tenemos tan en cuenta en relación a la salud. Sin embargo, varios estudios muestran de manera contundente cómo aquéllos en contextos más desfavorables desarrollan con más frecuencia conductas que no favorecen la salud, como el sedentarismo, el consumo de tabaco, alcohol u otras drogas, una dieta inadecuada, pocas horas de sueño o niveles elevados de estrés.
Desde sus inicios, el grupo de investigación PSITIC cuenta con una larga trayectoria de trabajo en entornos de vulnerabilidad, mejorando las oportunidades educativas (y, por ende, de vida) de niños y jóvenes en estos contextos. Algo que se ha puesto de manifiesto en varios de los estudios llevados a cabo es el hecho de que ciertas personas rompen la norma que describíamos más arriba: a pesar de partir de un contexto socioeconómico difícil, hay personas que son capaces de llegar incluso a estudios universitarios, y algunos de ellos con un perfil de éxito abrumador. Esta observación reiterada desembocó, necesariamente, en la interrogación acerca de los elementos estaban ayudando a estos jóvenes en su itinerario educativo y esta pregunta, planteada en forma de investigación, fue financiada por el Plan Nacional de I+D del MINECO, en su convocatoria de 2011. Uno de los aspectos más interesantes de este proyecto es que también se recogieron también datos sobre estilo de vida y salud.
Pues bien, los resultados muestran que los elementos que están ayudando a estas personas en su itinerario educativo tienen que ver, por una parte, con cuestiones de responsabilidad y autogestión personal y, por la otra, con lo recursos que la persona tiene a su alcance a través de su familia, la escuela y la comunidad – algo en la línea de lo que planteaba el Dr. Jordi Díaz-Gibson en una de las entradas anteriores en el blog. ¿Lo sorprendente? -o no tanto-, y ya voy cerrando el círculo. Que estas personas con éxito educativo también muestran estilos de vida más saludables, y los elementos que explican estas diferencias con el resto de la muestra son exactamente los mismos que en relación al rendimiento escolar.
A nivel práctico esto tiene unas implicaciones tremendas. Por un lado, significa que las desigualdades sociales afectan a las personas en toda su holisticidad: a mayor equidad social, mejor aprovechamiento de las oportunidades educativas, mejor salud. Por el otro, y por la misma razón, eso abre dobles posibilidades de mejorar el bienestar de los jóvenes en dos dimensiones a través de una misma acción. Un mayor compromiso social, más relaciones de confianza, una colaboración más estrecha y frecuente entre la familia, la escuela, la comunidad constituyen grandes garantías para el buen futuro de las nuevas generaciones.
Dra. Elena Carrillo – Membre de la línia “Territori, educació i inclusió: nous models d’organització i de lideratge educatiu en xarxa“